jueves, mayo 15

Ito

-Hay un ratón en la cocina. -

La sirvienta gorda metida con trabajos en su uniforme color pizarra anunció la presencia del roedor con tal aspereza, que pareciese que fuera el mismo Satán quien rondaba en la cocina. La señora de la casa alzó mucho las cejas y le dijo al marido que permanecía perpetuamente oculto tras un gigantesco periódico:

-Julio Ramón Federico, tienes que hacer algo para sacar ese bichejo de aquí. Acuérdate que el viernes llegan mis maestros de yoga, feng shui, tai chi, cocina cantonesa, acupuntura básica y papiroflexia I, II y III de visita a la casa. Y no podemos permitir que ése ratón Pérez ande metiendo los bigotes por la cocina.-

El marido farfulló algo sin apartar la vista de la sección deportiva. Sólo dejó el periódico a un lado cuando descubrió que alguien había puesto agua jabonosa para hacer burbujas en su pipa. Titín, que hacía como que jugaba con un Lamborghini Murciélago a escala que se convertía en un gorila de lomo plateado, y luego en Ernesto “el Ché” Guevara, sólo pensaba en Ito. Lo había descubierto por error casi un mes antes.

Hacía ya cuatro semanas que Titín se despertó a mitad de la noche con mucha sed, le pidió a su mamá un vaso de agua, pero doña Martha Romelia Edelmira no le escuchó, porque dormía escuchando un audiolibro de la biografía no autorizada con detalles sexuales pecaminosos de la princesa Estefanía de Mónaco, y tampoco lo vio porque llevaba sobre los ojos dos rodajas grandes de pepino fresco de Colima. A papá sólo había que despertarlo si algún ladrón merodeaba la casa. Así que Titín se dirigió a la cocina.

Al encender la luz, descubrió a Ito sobre la barra desayunadora, comiéndose las migajas de otra barra, esta vez una energética con alto contenido en fibra de linaza que doña Martha Romelia Edelmira había dejado. El ratón quedó paralizado cuando la luz se encendió. El niño y el ratón se miraron fijamente a los ojos. El niño sonrió, Ito olisqueó, se llenó los cachetes con migajas de barra energética y desapareció debajo del horno. Fue entonces cuando Titín bautizó al ratón como Ito, y sólo por eso, porque era chiquito. Llenó su vaso de plástico con un estampado de Pinky y Cerebro de agua, y regresó a su habitación.

A partir de ese día, Titín regresó a la cocina todas las noches, encendía la luz y miraba a Ito que se devoraba una hojuela de maíz escarchada con miel, o una papa frita de las que Ito no podía comer sólo una, o un pastelillo suave cubierto de chocolate y con relleno cremosito. Al principio, el ratón se escabullía en cuanto sentía la presencia del chiquillo. Poco a poco permanecía más tiempo, y el niño empezó a contarle cosas. Para estos días resultaba que el animalito esperaba a que Titín terminara su charla, ya que aunque él hubiera terminado de comer, sólo se iba hasta que el niño guardaba silencio.

Titín estaba feliz. Al fin tenía un amigo que lo escuchaba.

Por eso, la mañana en que la criada obesa hizo su anuncio, Titín miró de reojo a su papá mientras fingía interés en sus juguetes caros y aburridos.
Por la tarde, don Julio Ramón Federico llegó con un paquete parecido al de las frituras. Lo entregó a la abultada ama de llaves y le dijo:

-Raquel, aquí tiene el veneno para ratas… Tiene que ponerlo en un plato cerca de donde haya visto al ratón. Cuando lo vaya a hacer, póngase unos guantes, para que el animal no huela a humano y se trague el veneno de una buena vez. Y no se preocupe por la pestilencia, que dice el ferretero que el animal saldrá a morirse fuera.-

La gorda Raquel puso inmediatamente el veneno, no podía aceptar competidores para disputarse los restos de comida de la casa. Echó al niño de la cocina cuando lo vio por ahí…

-Largo de aquí, escuincle… No me estorbes. Vete a jugar con tu Ford Bronco que se convierte en un gran tiburón blanco y luego en el Dalai Lama… o mejor aún, con el Hummer H1 que se convierte en un cocodrilo del Nilo y luego en Naomi Campbell…-

-¡Los carros que se convierten en Top Models son para niñas!- Exclamó Titín mientras corría escaleras arriba.

Había empezado a maquinar algo desde que vio a su padre llegar con el veneno. “Póngase unos guantes” había dicho, y ahora esa idea le rondaba la cabeza. Pronto aterrizó un plan perfecto. Después de todo, era un niño, no un idiota. Y también era un humano.

Esa noche, no esperó la hora acostumbrada, bajó a la cocina en cuanto el sol se puso, y apestó con su maloliente humanidad todo el plato de churritos morados, estrujándolos con sus manitas una y otra vez. Según el plan, Ito percibiría el olor de Titín y al darse cuenta que era una cruel trampa urdida por la perversa mente de los humanos, se alejaría sin haber caído en la tentación de los apetitosos bocados lilas. El niño regresó a su cama y no pudo dormir en toda la noche.

Ito salió a la hora de siempre. Le extrañó no ver al chiquillo, pero se alegró al ver lo que parecían restos de una botana. Se acercó cuidadoso, olfateando. El olor era bastante familiar, no era otra cosa que el aroma de su nuevo amigo. Se devoró unos trocitos ahí mismo, y llevó algunos cuantos para su madriguera.

A la mañana siguiente, llamaron a almorzar. Estaban todos disfrutando del exuberante desayuno, una jarra llena de agua pintada y endulzada con polvitos amarillos que simulaban ser jugo de naranja, pan dulce con su rico sabor casero industrial de producción en masa, y pan blanco con el cariño de siempre, que se hace en mi país y lo hace mi gente, gente buena que trabaja, lucha y siente… y a Titín le dieron un cereal que haría un tigre de él. Desde luego todo estaba adicionado con vitaminas y minerales.

De pronto, un grito de Raquel interrumpió el ritual matutino. La cazuela en la que guisaba los huevos no fecundados de gallinas gordas como la criada por el exceso de hormonas se estrelló en el piso. Todos corrieron a ver que pasaba.


Ito corría de un lado a otro dejando una estela de sangre tras de sí. Los potentes anticoagulantes del veneno surtían efecto. Una hemorragia cerebral masiva dejó ciego al ratón que, confundido, salió al exterior buscando un poco de luz. Aturdido y enloquecido avanzaba dando tumbos hasta que, exhausto, cayó muerto a la mitad de la cocina. Dos espasmos finales en la patita trasera derecha y luego nada.

Mientras doña Martha Romelia Edelmira daba saltitos de alegría por el éxito de la operación rodenticida, don Julio Ramón Federico echaba aire con su eterno periódico a la doméstica, que se había desmayado cuan ancha era. Una vez que la adiposa sirvienta volvió en sí, don Julio Ramón Federico tomó el ratón con una hoja del diario, y lo tiró en el bote de la basura.

Nadie se dio cuenta de la inmensa tristeza que invadió a Titín. Nadie nunca se daba cuenta de lo que le pasaba a ese niño, y éste no era un día especial, así que las cosas fueron como han sido toda la vida.

Doña Martha Romelia Edelmira le apuró a terminar el desayuno.

-Date prisa Arturo… Hoy es tu primer día en la primaria, y no queremos llegar tarde porque la miss puede pensar que somos unos malos padres irresponsables que no vemos los bebetips de Martha de Bayle, y ya ves que yo soy bien comis de mi tocayita del alma… -

Que ironía, porque a Titín ya no le quedaban ganas de desayunar después de ver morir a su amigo, pero sabía que su madre encolerizada era una experiencia poco grata y a veces dolorosa. Con el fracaso de los huevos a la Valentina, Titín sólo dispuso de panqueques tibios, sacados de una caja que tenía impresa una negra con un cucharón. No había tiempo para los cubiertos, el niño se metía a la boca grandes trozos de panqueque y luego lamía de sus manos escurriendo, la miel, la mermelada, la cajeta y la leche condensada, todas libres de azúcar pero con el mismo sabor de siempre.

Ojalá, mis amigos, y de verdad lo digo porque ese niño se me hace en extremo agradable, me recuerda a mí mismo cuando tenía cinco años, ojalá Titín hubiera tenido las capacidades olfatorias de Ito, para que al acercarse las manitas a la boca pudiera percibir el tufo letal del veneno que ayer estuvo machacando con esos deditos.
Cuando subieron al 300C que nunca se convertía en nada y siempre era un carro inmenso, tedioso con su color tan indefinido, Titín no podía ver bien. Una pierna se agitaba violentamente. Doña Martha Romelia Edelmira recriminó al niño su nerviosismo.
-¿Por qué tiemblas, cobarde? Es sólo la escuela…-
Al día siguiente, en el único periódico que se perdió don Julio Ramón Federico, apareció la noticia de un niño, que en un colegio de postín, de pronto salió de su salón de clases, enloquecido y aturdido, sangraba de la nariz, de la boca y del recto. Chocó contra dos paredes antes de caer convulsionando al suelo. Espasmos en la pierna derecha, y luego nada.
La maestra suspiró de alivio cuando Titín arrojó un coágulo por la boca. Si sólo hubiera sangrado del recto, probablemente la habrían acusado de abuso sexual a menores. Remarcó el celular que la señora dejó para emergencias. Otra vez. Otra vez. El teléfono estaba apagado. Doña Martha Romelia Edelmira se enteró de la muerte de su hijo catorce horas después. Antes pasó por el spa, fue a que le retocaran el tinte y a aplicarse uñas postizas. El teléfono apagado para evitar interrupciones.
Fue la más guapa en el funeral.

3 comentarios:

jess dijo...

Espere... espere... pienso, pienso, esos cuentos tienen algo para descifrar... cuando se leen la primera impresión es de que se trata de algo perfectamente bien planeado.... un mensaje oculto para una mente brillante....
arggg estoy loca....

Jøëy dijo...

Menso!!!

Me hiciste llorar con "Ito"... :(

Ya me voy... sniff (Por si no lo entendiste, es una sorbida de moco jajajajajajaja)

Marietta Dedalus dijo...

jaja, qué ácidoooo, qué gusto del bueno leer d'estos textos, ¡chévere!, algunos detalles por ahí pero cosas desas de estilo pues, pero el fondo corrosivo y crudo, es lo chicho, grato, grato.

Me haré frecuente.