Caminábamos de la mano por la calzada principal sin preocuparnos por ser atropellados. A esa hora no había nadie en las calles. No después del toque de queda. Tal vez no vimos a algún vagabundo dormido bajo una banca o a algún perro curioso husmeando entre la basura, pero la sensación de soledad era absoluta. El asfalto absorbía todos los sonidos, y más que caminar, parecía que flotábamos bajo la luz rancia y amarillenta de la luna. A esta hora, hasta la iluminación eléctrica era suspendida. El silencio era total. Sólo se escuchaba el cricar de un grillo a lo lejos. Cosa totalmente absurda. En esta ciudad no había grillos. Ni siquiera nosotros rompíamos el silencio, nuestras botas acallaban el ruido de nuestros pasos, y no pronunciamos una sóla palabra. Al principio la palabra fué lo que nos unió. O mejor dicho la idea comunicada a través de la palabra. Ahora la misma palabra extinta, nos indicaba que habíamos llegado al final, que era todo y que permanecíamos juntos sólo por inercia o para seguir cojiendo. pero nunca dependimos de nada, y ni la palabra nos hizo falta para seguir comunicándonos. Sabíamos a dónde íbamos, y creo que tú sabías lo que iba a suceder. De pronto nos encontramos ante la entrada al andén del tren subterráneo y sus escaleras descendientes. La reja electrificada estaba abierta, así que bajamos paso a paso hasta llegar a la máquina expendedora de fichas. Inexplicablemente, había en el receptáculo dos fichas. volteé a verte inquisitivo y sólo atinaste a mirarme fijamente. El estado de la estación era deplorable, y los montones de basura evidenciaban el abandono total del lugar. Cúmulos de periódico, envolturas, latas, colillas, un gato muerto... El lugar, alumbrado por varios tubos de neón, se quedaba intermitentemente en las tinieblas, entre los chirridos incesantes de las lámparas vetustas. Un olor insoportable a baquelita quemada invadía el ambiente, pesado y enrarecido. Pronto estuvimos de pie ante el canal de la vía. Estuvimos ahí mucho rato. No se cuanto. Minutos en los que yo te intrrogaba con los ojos muy abiertos, y tú me mirabas como si mirases a través de mí, como si yo no existiera. De repente, un estremecimiento sordo, y el ronrroneo inconfundible... Un tren se acercaba. Nos acercamos a la orilla. Pasó vertiginoso frente a nosotros sin detenerse, haciendo volar nuestros cabellos. Así pasó en otras tres o cuatro ocasiones, en las que no dejaba de mirarte y perderme en la inmensidad oceánica de tus ojos negros. De pronto, supimos que nuestro tren se acercaba. El temblor esta vez hizo que uno de los neones se desprendiera y se hiciera añicos con un ruido explosivo al estrellarse contra el piso. Las grietas del túnel se llenaban rápidamente con una luz encarnada, como si fueran arterias pulsantes. El verme de acero se aproximaba veloz, y sus faros eran rojos. Pronto estuvo frente a nosotros. Nadie tripulaba ese tren, y no había un solo pasajero. El vagón dejaba ver sus entrañas a través de la lámina carcomida y oxidada, y en el interior todos los asientos desvencijados estaban vacíos. Pude ver nuestros reflejos en las ventanas estrelladas por un segundo antes de que las puertas se abrieran. De un sólo paso estuve dentro del vagón. Y sólo entonces, porque tú no te moviste, me di cuenta de algo. Las cadenas metálicas de mi chamarra estaban intrincadas con las de tu falda escocesa. Un miedo escalofriante se apoderó de mí. Te miré más intensamente, supliqué con la mirada, y tú me mirabas como si fuera un fantasma. Por primera vez en muchos meses dije algo... Pero la alarma que anuncia que las puertas se cerrarán ahogó mis palabras para siempre. No subiste al vagon. La puerta se cerró frente a mis narices, y me pegué a ella, tú pusiste tus manos sobre las mías a través de los cristales rotos. el tren empezó a avanzar, y tu caminabas con las manos en la ventana, y ahora sí me mirabas a mí, no a través de mí, y en tus ojos había amor y deseo, y odio y hartazgo... el tren aumentó la velocidad. Mi angustia me hacía estallar el cerebro. Pronto no pudiste seguirlo y caíste al suelo, permaneciendo así un instante, antes de que el tren te arrastrara a doscientos kilómetros por hora. Y ahora sí me mirabas, y yo golpeaba la ventana y forcejeaba con la puerta. El tren entró en el túnel, justo... exacto... y no hubo espacio para tí. Vi con espanto como tu cuerpo estallaba en sangre y vísceras, y tu grito caló hondo en lo más profundo de mi cerebro... Y tu grito se fundió con el mío...
Y desperté jadeante, febril y lleno de sudor... Y mi cerebro abotagado no entendía lo que había pasado... Afuera llovía copiosamente y me tomó un par de minutos entender que acababa de despertar de una espantosa pesadilla...
4 comentarios:
Y recordar viejos momentos, recuerdos que cada día son menos entrañables.
Mira!
Ni dormido se salva uno...
Odio las pesadillas, las odio con odio más que jarocho!!
Hace días desperte de una muy rara, repetitiva, pero se habia esfumado hasta hace días.
... normalmente no sueño, pero hace poco despues de ver once upon a time in Mexico, soñe que los militares daban un golpe de estado, me sentia con ropa de la guerra civil española corriendo con mi compañera de trabajo, mientras nos escondiamos veia como un infame sorcho nos descubria y como la mataba a ella ...
... pero sabes que fue lo que mas angustia me genero?
que al estar corriendo no tenia otra en la cabeza mas que pensar en donde estaba aquel ? en donde ?
si, ya sé ... voy de mal en peor ... pero queria contarlo ...
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