domingo, mayo 20

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Estoy confundido... Como en un sueño ácido...
He corrido a "liberarme", y resulta que la "liberada" me ha shockeado...
Otra vez la incertidumbre...
Otra vez la pìnche indecisión, las inseguridades, y todo lo malo y mierdero que puede pasarle a las ideas...

Cuando vislumbraba a duras penas un poco de estabilidad y tranquilidad...

Creo que en verdad él es nocivo... Tal vez ella en realidad es una mala influencia...

Y si tuvieran razón?
Había jurado no torturarme más con ésto, pero es inevitable...

Y me imagino como en un puto sueño... todo rosa, tranquilo, pacífico y bonito...

Navegando en mi trajinera al compás de un buen jazz, con la eterna seguridad de la orilla que espera a unas cuantas brazadas, y con la tranquilidad del agua cristalina que pasa por debajo de mí...
y luego la distorsión, el ruido insoportable, como uñas infernales rasgando en una gigantesca pizarra gris... Y las flores que dan nombre a mi trajinera se marchitan, y apestan, y el olor a azufre y amoníaco invaden el ambiente, y el agua púrpura se torna espesa y asquerosa, verdosa y cadavérica... El ambiente pesado me asfixia con humores intolerables... Es el maldito estado de la reputa frustración, la culpa y el autoengaño... Y las flores surjen nuevas y con otro nombre, y se marchitan, y el agua apesta más y el chirrido taladra mis oídos, y aparece un nuevo nombre escrito con crisantemos, cuyos pétalos se retuercen y secan inmediatamente, cayéndome en la cara, como si la trajinera se burlara de mí, y me escupiera en el rostro mi puta realidad... y hay un nuevo nombre y no sé cual chingados es el mío...
Y otra vez me dan ganas de llorar, y otra vez abrazo mis rodillas, y otra vez me mutilo, me cerceno, me arrastro... temeroso de que la rechingada trajinera abra su vientre apestoso a violetas secas y a puro sexo y a sudor rancio y me deje caer en el fondo del lago asqueroso... Y yo mismo apesto, a kilómetros a la redonda las pinches ratas pueden oler mi miedo, dispuestas a saltar sobre mí, dispuestas a cebar sus dientes amarillos en mi carne...
Y la boca me sabe a sal, me sabe a fierro viejo, como si me hubiese pasado la noche mascando clavos oxidados, y tal vez lo hice, los mismos clavos que marcaron mi piel, al caer calientes en mi pecho, los mismos clavos que me tragué y me perforan las tripas... Y huele a alcohol, y a semen y a sangre, y trato de terminar con todo prendiendole fuego, pero el alcohol no es suficiente... Y la trajinera no se hunde, ni avanza, sólo se estanca y cambia de nombre, y no se espera a que entienda alguno de ellos, y me revienta la cabeza, y me como mis ojos, y están amargos. y me relleva la puta chingada, porque la orilla está demasiado lejos, porque la trajinera no me lleva a donde yo quiero y porque tengo miedo de arrojarme al agua aceda... Y me emputo, con la orilla por no dejarse alcanzar, con la trajinera por atorarse a la mitad del camino, pero sobre todo me encabrono conmigo, porque me había jurado ya no temer, porque me había jurado no reincidir, porque sigo siendo un pendejo que se quiere beber en un vaso de agua la tormenta, para después eructar truenos y relámpagos, y llorar gotas de lluvia que corroen los pómulos, y saber que no sirve de nada tener piernas nuevas si no tienes hacia donde caminar, y arranco las flores, y tienen espinas y me sangran las manos, pero no me importa, y las arrojo al agua hedionda y en el agua continuan formandose nuevos nombres y pudriéndose para sacar otros nuevos... y me siento en el banquillo, y el remo no está, algún hijo de puta se lo ha llevado, y espero a que la trajinera se hunda, a que la orilla nunca llegue o a tener los pinches huevos para aventarme de una buena vez y para siempre en ese mar de pudrición. Pero nada pasa, ni tengo huevos, ni se hunde el puto barquito, y la orilla se aleja cada vez más. Y la tormenta se avecina, y ya no me la puedo beber, porque mis tripas están rotas y mi boca quemada, y huele a marihuana, y a perro muerto y a formol. Y oigo mi risa psicótica, que no entiende lo que pasa, y mi llanto desconsolado que si comprende pero no actúa y a la puta razón no la escucho, por ningún lado, y es que está muerta, porque la maté a pedradas, y ahora la necesito y no está... Y ya no lloro porque me comí los ojos, y el pecho estalla en pedacitos de cristal cortado, de cápsulas vacías y de pólvora quemada, y las piernas fuertes, y los muslos gordos y sexuales, pero inútiles al fin sin una razón para existir. Y la puta trajinera no se hunde ni camina, y yo lloro aunque no tengo ojos.

1 comentario:

The hobbit Tuk dijo...

En ocasiones en mi trajinera llegan visitantes, algunos con tiempo de sobra para tener una platica o sólo para estar a mi lado haciéndome compañía, viendo las nubes navegar al sur, pero mi trajinera camina hacia el norte. Vendedores, charlatanes, cantantes, limosneros, suben y bajan algunos preguntan otros no, hay mucha gente sin educación, pero qué importa, yo tampoco la tengo para con ellos.